Este módulo es un recurso para los catedráticos

El género y la delincuencia organizada

Incluir el género en el estudio de la delincuencia organizada significa más que solo hablar de cómo los hombres participan en algunos delitos o roles, mientras que las mujeres participan en otros. También significa comprender cómo las personas organizan y desarrollan el género y sus implicaciones. Como muestran los ejemplos de este módulo, el racismo, el sexismo, el clasismo (consulte las definiciones en el glosario) y las otras formas tradicionales de discriminación determinan las interacciones de las personas entre sí y con la ley. El uso de un enfoque interseccional con base en el género permite ofrecer explicaciones más matizadas de la participación de los hombres y las mujeres en la delincuencia, y de la manera en que sus roles suelen encontrarse relacionados a las condiciones estructurales tradicionales que enfrentan. Las personas no se involucran en la delincuencia solo por su género, lugar de nacimiento o clase. Como se discutió anteriormente, incluir la interseccionalidad al análisis de la delincuencia puede ayudar a descubrir aún más razones detrás de ella, y cómo las fuerzas del orden y el control afectan de manera distinta a los hombres y las mujeres.

Un enfoque útil en el estudio de la delincuencia organizada es el que considera las dinámicas de género en la delincuencia organizada al igual que considera la manera en que se aplica el género en la organización y la estructura de los grupos delictivos organizados. En este contexto, las distintas experiencias entre hombres y mujeres en el campo de la delincuencia organizada merecen una mayor atención.

Las causas del reclutamiento y los roles de género en los grupos delictivos organizados

Si bien es cierto que la delincuencia organizada suele ser un negocio de hombres y que la mayor parte de lo que se conoce ha sido escrita por hombres y sobre hombres, también es cierto que se necesita una mayor conciencia sobre la construcción de la masculinidad y cómo esta afecta la participación de los hombres en la delincuencia organizada. La masculinidad —conjunto de atributos, comportamientos y roles asociados con los niños y los hombres— es otra construcción social que describe las cualidades y atributos que se consideran como una característica de los hombres. La ideología tradicional y dañina de la masculinidad también se conoce como masculinidad tóxica. La masculinidad tóxica incluye, por ejemplo, suprimir las emociones u ocultar la angustia y mantener una apariencia de dureza y violencia como un indicador de poder. La masculinidad tóxica enfatiza el dominio, la fuerza y el poder sexual.

Al igual que en el caso de las mujeres, las estrictas expectativas sociales y culturales también determinan profundamente las decisiones y los comportamientos de los hombres. Expandir la discusión sobre cómo las normas de género afectan tanto a las mujeres como a los hombres nos ayuda a comprender mejor las formas complejas en que estas normas y relaciones de poder afectan a nuestra sociedad, así como a lograr que los hombres y los niños participen de manera más efectiva en las reflexiones sobre la desigualdad y el cambio. Los hombres representan el enorme porcentaje de autores de delitos violentos y la razón de este fenómeno es compleja y no se puede explicar con las hormonas o las características inherentes relacionadas al género. En cambio, la razón puede encontrarse en una construcción compleja y estratificada de la masculinidad tóxica, que incluye la importancia que se le da a la fuerza física y la agresión, lo que puede resultar en un comportamiento delictivo.

Por ejemplo, el trabajo de Robert Henry (2015) (consulte el estudio de caso «Performing Masculinity: Indigenous Street Gangs» en la sección de ejercicios) ha demostrado cómo las pandillas callejeras indígenas reproducen una noción del miembro ideal de la pandilla: un hombre fuerte, independiente, indolente y poderoso. Sin embargo, los hombres no nacen simplemente con esas características. El trabajo de Henry demuestra que estos comportamientos no son una simple consecuencia de ser un hombre, sino que son el reflejo de los altos niveles de violencia y trauma, los cuales también se encuentran presentes en la experiencia colonial de los nativos canadienses. Los miembros de una pandilla participan en actividades hiperviolentas. Sin embargo, su investigación indica que estas acciones son mecanismos desarrollados para protegerse de una mayor victimización.

Mientras que el enfoque en la masculinidad y la delincuencia ha sido una característica constante de la cultura popular y el tema ha recibido mucha atención académica (consulte, por ejemplo, Messerschmidt y Tomsen, 2016), no se puede decir lo mismo de los aspectos de género relativos a la participación de las mujeres en las actividades delictivas y en la delincuencia organizada. La participación de las mujeres en los grupos delictivos organizados puede tomar varias formas. Durante años, se ha narrado el rol de las mujeres como el de madres, hermanas, esposas o amantes de los miembros o los líderes de los grupos delictivos organizados, a menudo forzadas a una vida de delincuencia por su cercanía con los hombres de su entorno. Solo en los últimos años, se ha reconocido, y estudiado, su participación en las actividades ilícitas organizadas. Existe un número cada vez más grande de ejemplos de mujeres —quizás porque se les presta mayor atención— que ocupan varias posiciones en los grupos delictivos organizados, incluidas las de organizadoras, líderes, traficantes, reclutadoras y otras, tales como abogadas, mensajeras y contadoras (consulte, p. ej., Arsovska y Begun, 2014; Sanchez, 2016).

Aunque limitada, la investigación sobre las mujeres que pertenecen a grupos delictivos organizados revela las dinámicas singulares a las que se enfrentan. Un estudio realizado por la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Transnacional y basado en más de 30 entrevistas a niñas y mujeres que participaron en pandillas en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) demuestra que las mujeres y las niñas tienden a ser excluidas de las posiciones de liderazgo. El estudio también identificó la prevalencia de sexo y violencia sexual en las interacciones con otros miembros de las pandillas y con el sistema de justicia penal. Asimismo, muestra que, aunque ellas no se encuentran al frente de las «guerras de pandillas», las mujeres y las niñas son las que suelen enfrentar las consecuencias, como el encarcelamiento, la separación familiar, la privación de la patria potestad, etc. (Shaw y Skywalker, 2017). Este estudio también aclara los factores que llevan a las mujeres a unirse a un grupo delictivo organizado. Estos hallazgos no son necesariamente representativos de la participación cada vez mayor de las mujeres en la delincuencia organizada. Sin embargo, proveen elementos muy relevantes para la reflexión.

Las causas del reclutamiento de mujeres en la delincuencia organizada: Las mujeres en las pandillas de Ciudad del Cabo (Sudáfrica)

Las entrevistas realizadas a niñas y mujeres que participaron en pandillas en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) (Shaw y Skywalker, 2017) revelaron varios factores que se pueden entender como las causas por las que se recluta a mujeres para la delincuencia organizada.

1) Sentimiento de pertenencia y familia

Muchas de las mujeres entrevistadas señalaron que se unieron a las pandillas porque les daba una sensación de pertenencia que sentían ausente en su vida con su familia biológica, a menudo violenta y disfuncional. Ser parte de estas familias pandilleras también les daba seguridad a las mujeres, como protección y recursos (por ejemplo, dinero, ropa y joyas). Muchas de estas mujeres se unieron a las pandillas por medio de relaciones románticas con hombres que eran miembros de una.

2) Protección

La protección que les ofrecían las pandillas fue un motivo común que mencionaron las mujeres para unirse a ellas. Formar parte de las «familias» pandilleras les daba seguridad en un entorno usualmente peligroso, en el que las mujeres eran especialmente vulnerables a la violencia sexual y doméstica. Sin embargo, muchas mujeres señalaron que aún sufrían de ese tipo de violencia dentro de la pandilla (por ejemplo, por parte de sus parejas que eran miembros de la pandilla).

3) Recursos

Las pandillas también ofrecían a estas mujeres recursos a los que de otra manera no hubieran podido acceder o costear, como joyería, autos y ropa. El acceso a estos bienes era a menudo por medio de los novios de las mujeres o los líderes de las pandillas.

4) «El camino de menor resistencia»

Algunas mujeres informaron que unirse a una pandilla era más fácil que resistirse, era el camino de menor resistencia. Unirse a una pandilla también les daba «recompensas inmediatas» como resultado.

5) Subempleo y desempleo en la economía legal

Muchas de las mujeres señalaron que las pandillas les ofrecían oportunidades más emocionantes con recompensas mayores en comparación con los empleos que tenían disponibles en la economía legal. Las mujeres describieron las pocas oportunidades ordinarias de empleo que encontraron, usualmente en el sector minorista, como «aburridas y mal pagadas».

6) Abuso de sustancias

De acuerdo con algunas de las mujeres entrevistadas, unirse a las pandillas era la única opción que tenían debido a su problema de abuso de sustancias. Sus adicciones les dificultaban encontrar un empleo estable y legal, y las volvía especialmente vulnerables a la violencia. Las pandillas les ofrecían no solo protección (hasta cierto punto), sino también acceso a sustancias.

El uso de una perspectiva de género nos permite ver que las experiencias de las mujeres en la delincuencia organizada no se limitan a ser los intereses románticos de los hombres y que los hombres no son simplemente las cabezas de los grupos delictivos. Muchas mujeres y hombres, muchos de los cuales son indígenas, migrantes o de bajo recursos, suelen optar por participar en actividades delictivas para mantenerse o mantener a sus familias en medio de la falta estructural de oportunidades, como el empleo y la educación. Muchas mujeres condenadas por su participación en la delincuencia organizada tienen largas historias de abuso emocional, físico y sexual, además de haber sufrido acoso y discriminación. Los hombres jóvenes también tienden a describir experiencias de abuso físico, falta de opciones de empleo y educación, así como criminalización como resultado de su clase, raza y género (UNICEF, 2017). En todo el mundo, los hombres jóvenes son los que tienen una mayor probabilidad de sufrir violencia y, como muestran las cifras, representan la mayor parte de los homicidios a nivel mundial, donde casi la mitad de las víctimas de homicidio tiene entre 15 y 29 años y un poco menos de la tercera parte entre 30 y 44 años (UNODC, 2013). Cuando se realizó el Estudio mundial sobre el homicidio (2013) de la UNODC, la tasa de homicidios para víctimas varones entre los 15 y 29 años de edad en América del Sur y en América Central era más de cuatro veces la tasa promedio mundial de ese grupo etario, probablemente debido a los niveles más altos de homicidio relacionado con la delincuencia organizada en esas regiones. Al mismo tiempo, las mujeres y las niñas representaban el 21 % de todas las víctimas de homicidio, donde casi la mitad fue asesinada por su pareja o un miembro de su familia. Como esta información resalta, los homicidios relacionados con la pareja o la familia afecta de manera desproporcionada a las mujeres (UNODC, 2013).

Este patrón de violencia y discriminación fue identificado por otro estudio que se centró en las mujeres que participan en pandillas en otra parte del mundo, el así llamado Triángulo Norte de Centroamérica donde se encuentran El Salvador, Guatemala y Honduras. Esta investigación, que también es el resultado de una serie de entrevistas con miembros de pandillas realizadas durante tres años, resalta que existen múltiples factores económicos, sociales y personales que se deben considerar a la hora de decidir si unirse a una pandilla o no, pero a menudo su entorno común, tanto para los hombres como para las mujeres, es un contexto de desigualdad social, violencia sexual, abuso infantil, desempleo y fácil acceso a las drogas y las armas de fuego, generalmente en conjunto con una crianza en un vecindario lleno de pandillas (Interpeace, 2013).

Los rituales de iniciación de hombres y mujeres para unirse las pandillas (MS-13 y Barrio18) en América Central

Para el ritual de iniciación, conocido como «chequeo» en algunas pandillas centroamericanas como Barrio 18 y la Mara Salvatrucha MS-13, los hombres tienen que soportar una golpiza por parte de los otros miembros, su duración varía y depende de la pandilla a la que desean unirse (por ejemplo, el proceso dura 13 segundos si se unieran a la MS-13 y 18 para Barrio 18). Por otra parte, las mujeres tienen dos opciones: la primera es recibir la golpiza, mientras que la segunda consiste en tener relaciones sexuales con varios miembros de la pandilla por la misma cantidad de tiempo. No obstante, como informan los miembros de las pandillas, escoger la segunda opción resultaría en una pérdida inmediata de respeto, ya que soportar la golpiza demuestra fuerza, honor y coraje, por consiguiente, se reproduce un modelo de masculinidad que es extremadamente importante para el grupo. Aquellas mujeres que optan por el abuso sexual nunca serán consideradas como verdaderos miembros de las pandillas. Una tercera forma de unirse a una pandilla es por cercanía o, en otras palabras, cuando una mujer es la novia o esposa del miembro de la pandilla. En este caso, y si el miembro es lo suficientemente importante en el grupo, la mujer no tendrá que soportar ningún ritual de iniciación. El resto de la banda trata con respecto a estas mujeres, aunque se espera que toleren frecuentes infidelidades y si ellas hacen lo mismo, su castigo puede ser la muerte.

Fuente: Interpeace, 2013

Como estos estudios empíricos muestran, las mujeres en las pandillas normalmente realizan los roles de cuidadoras que es típico de las sociedades patriarcales: cuidan de los niños, al igual que de los enfermos y los heridos, cocinan para el grupo, cuidan de las necesidades de su hombre y son leales a él. Al mismo tiempo, los grupos delictivos organizados aprendieron a aprovechar la poca atención que las fuerzas del orden y las pandillas rivales solían prestar a las mujeres y comenzaron a utilizarlas como traficantes de armas y drogas, espías y mensajeras. Su rol como mensajeras es particularmente relevante cuando el líder del grupo es un fugitivo o se encuentra en prisión. El algunos países, los delitos relacionados con la delincuencia organizada llevan un régimen de detención particularmente estricto, que limita los derechos de visita a los miembros de la familia y los cónyuges (consulte, p.ej., el artículo 41-bis de la Ley de Administración Penitenciaria Italiana, un régimen de seguridad para las personas condenadas por delitos particularmente graves, tales como delitos relacionados con la mafia o el terrorismo, que tiene por objetivo garantizar que no puedan mantener contacto con la red delictiva a la que pertenecen. Consulte también el Decreto Ejecutivo n.° 72 de 2018 de Panamá, por el que se crearon los «Centros de Detención Preventiva para Personas Privadas de Libertad Calificadas Como de Extremo Peligro» en relación con los delitos de la delincuencia organizada: el primero de estos centros se creó en Punta Coco, una isla frente a la costa de Panamá; fue declarado inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia del país y reabierto en febrero de 2019). En tales casos, las mujeres se convierten en sus representantes y su rol puede variar desde ser una simple mensajera a manejar las operaciones diarias del grupo y, en algunos casos, se convierten en las líderes temporales de los grupos. Algunas veces, logran mantener esta posición incluso cuando se libera al hombre de prisión. Se sabe que mujeres de distintas partes del mundo operan con éxito grupos delictivos organizados. Para algunas de ellas, la delincuencia es parte del negocio familiar, muchas veces, por generaciones. Otras entran en contacto con este negocio debido a sus experiencias personales y las opciones en sus vidas. Los recuadros a continuación narran solo algunas de sus historias.

Las mujeres como líderes de los grupos delictivos organizados: Raffaella D’Alterio

Raffaella D’Alterio (consulte también la sección de ejercicios del Módulo 6) era la hija de un jefe de la Camorra (uno de los grupos delictivos organizados similares a la mafia que tiene su base en Nápoles y en sus alrededores) y luego se casó con uno. Tomó el mando del grupo cuando arrestaron a su esposo, Nicola Pianese, en 2002 y, luego de su liberación, comenzaron una pelea sangrienta por el control del grupo delictivo. Presuntamente, la guerra familiar terminó cuando Raffaella ordenó el asesinato de su esposo. Continuó siendo la líder del grupo hasta 2012, cuando los carabineros italianos la arrestaron junto con otros 65 miembros del grupo y confiscaron propiedades valoradas en más de 10 millones de dólares. El tribunal les imputó más de 70 cargos, incluidos cargos de asociación delictuosa, extorsión, tráfico de drogas y posesión ilícita de armas.

Fuente: Di Meo, 2012

Las mujeres como líderes de los grupos delictivos organizados: Sister Ping

Cheng Chui Ping, también conocida como Sister Ping, dirigió una exitosa operación de tráfico de personas entre Hong Kong y Nueva York desde 1984 hasta el año 2000.

Para las autoridades, Ping era la «madre de todas las cabezas de serpiente», una implacable mujer de negocios que traficaba lo que se cree eran miles de chinos a Estados Unidos. Los fiscales estadounidenses dijeron que su red de tráfico amasó millones de dólares en ganancias en las dos décadas que operó, aprovechándose de la desesperación de los migrantes. Además, los fiscales dijeron que, a aquellos que lograban hacer el viaje de forma segura, pero no podían pagarlo, Ping enviaba pandillas despiadadas a secuestrarlos y golpearlos, torturarlos o violarlos hasta que pagaran sus deudas.

Cuando el «Golden Venture», un oxidado barco de carga que llevaba 300 inmigrantes, quedó varado frente a la costa de Nueva York en 1993, murieron 10 personas. El accidente se rastreó hasta Sister Ping, quien se convirtió en el símbolo perdurable del tráfico ilícito de migrantes. Su caso también ayudó a popularizar el término «cabeza de serpiente», de la traducción china para traficante de personas.

Fuente: Fiscal General de los EE. UU. Distrito Sur de Nueva York, 2006

Las mujeres como líderes de los grupos delictivos organizados: Sandra Ávila Beltrán

Sandra Ávila Beltrán es una mujer mexicana conocida por su participación en el tráfico de cocaína de Colombia a Estados Unidos, a través de México. Luego de varios años de actividad, se la detuvo en 2007. Se la acusó por su participación en una conspiración para cometer actos de tráfico de drogas y se la condenó a 10 años de prisión. En 2012, luego de cumplir algunos años de su condena en México, se la extraditó a Estados Unidos donde también se le imputaron cargos de tráfico de drogas. En 2013, se la deportó de Estados Unidos y regresó a México para enfrentar cargos adicionales por lavado de dinero. En 2015, finalmente salió de prisión.

Ávila Beltrán ganó notoriedad debido a su rol de líder. Conocida como «La Reina del Pacífico», se creía que dirigía una exitosa operación de tráfico de cocaína en colaboración con colombianos a través de México. También se presentaron cargos por lavado de dinero en su contra.

Hay dos aspectos importantes que se deben considerar en la experiencia delictiva de Ávila Beltrán. Por un lado, el hecho de que ocupara un puesto de poder en un negocio principalmente de hombres. Los hombres tienen más posibilidades que las mujeres de ser líderes y realizar las actividades correspondientes a ese rol en el tráfico de drogas. Sin embargo, Ávila Beltrán se benefició de la larga historia de su familia en el tráfico de drogas y de sus múltiples conexiones para establecer una operación exitosa y duradera a lo largo de la costa occidental de México. Por otro lado, su rol como madre. Si su hijo no hubiera sido secuestrado, presuntamente por grupos rivales, ella hubiera continuado teniendo éxito y quizás no hubiera sido detectada por las autoridades. Temiendo un resultado negativo, Ávila Beltrán contactó a las autoridades luego de la desaparición y de su incapacidad de conseguir la cantidad de dinero para el rescate de su hijo que los secuestradores le exigían. Aunque se liberó al hijo de Ávila Beltrán en pocos días, las autoridades empezaron a sospechar de ella y de las razones del secuestro, lo que la llevó a convertirse en el objetivo de una larga investigación sobre sus actividades de tráfico de drogas que concluyó con su arresto.

Para ver un video de Ávila Beltrán reflexionando sobre su vida luego de salir de prisión, consulte este video publicado por The Guardian.

Fuente: BBC, 2015

La maternidad ha tenido históricamente un papel decisivo en la definición del rol y la carrera de las mujeres que participaron en grupos delictivos de tipo mafioso. Normalmente, la mujer tiene el rol fundamental de cuidadora del código cultural de la mafia al igual que la tarea de transmitir esos valores a sus hijos y motivarlos a vengar a su familia cuando sea necesario (Ingrascì, 2007). Además, también han tenido dos roles pasivos cuya importancia es indiscutible para la economía de los grupos delictivos organizados: como defensoras de la reputación de su hombre y como negociadoras para la creación de nuevas alianzas a través de matrimonios arreglados. Tradicionalmente, las mujeres de la mafia se dedicaban por completo a la familia y representaban el modelo ideal de esposas obedientes y madres ejemplares. Para discutir la participación efectiva de las mujeres en las organizaciones delictivas de tipo mafioso, es necesario reconocer las barreras «institucionales» que tuvieron que enfrentar para unirse al grupo. La membresía activa de las mujeres en estas asociaciones delictivas se ha desarrollado de manera desigual en los distintos grupos, ya que algunos, como La Cosa Nostra en Sicilia, tienen un código de honor más estricto, que no permitía a las mujeres tener roles de importancia en la organización. Al mismo tiempo que la emancipación social de las mujeres y el endurecimiento del sistema legislativo contra la delincuencia organizada en varios Estados, las mafias abrieron sus filas a las mujeres que, hoy en día, se encuentran cumpliendo múltiples roles, incluso algunos de gran importancia y que son reconocidos como de valor para estos grupos, tales como directoras financieras de las organizaciones (Ingrascì, 2007).

Los ejemplos resaltados en esta sección demuestran el hecho de que, en distintos tipos de grupos delictivos organizados en todo el mundo, las mujeres asumen roles cada vez más importantes. Simultáneamente, estas organizaciones a menudo mantienen estructuras patriarcales y se construyen sobre valores masculinos tradicionales. Las mujeres necesitan adaptarse para tener éxito y a menudo su destino permanece conectado con el del hombre de su vida. Al mismo tiempo, como se cree que se ven menos sospechosas a los ojos de las autoridades, suelen realizar gran parte del «trabajo sucio» de la organización (por ejemplo, traficar drogas, transportar armas, reunir información sobre bandas rivales) y, por lo tanto, asumen muchos de los riesgos. La falta de conocimiento de la información de inteligencia o información privilegiada sobre los grupos o las personas con los que trabajan también se traduce en que no pueden negociar la reducción de la pena durante sus procesos penales, en jurisdicciones donde la mitigación a cambio de la cooperación es posible (Malinowska y Rychkova, 2015). Este fenómeno contribuye al aumento de las tasas de encarcelamiento de mujeres en todo el mundo.

En los últimos años, el número de mujeres y niñas que se encuentran en prisión en todo el mundo ha aumentado en un 53 % aproximadamente desde el año 2000, un aumento que no se puede explicar en términos de crecimiento de la población mundial (la población mundial aumentó en un 21 % entre mediados del año 2000 y mediados del año 2016) (Walmsley, 2016). En todo el mundo, más de 700 000 mujeres se encuentran recluidas en instituciones penitenciarias, como prisión preventiva o como reclusas condenadas. Muchas de estas mujeres proceden de lugares marginados y desfavorecidos y se les suele caracterizar por sus historias de violencia y abuso físico y sexual (van den Bergh, Brenda J., Gatherer, Alex, Fraser, Andrew y Moller, Lars, 2011). Las minorías étnicas desfavorecidas, los extranjeros y los indígenas constituyen una proporción más grande de la población femenina en prisión en relación con la proporción dentro de la comunidad en general, a menudo debido a los problemas específicos que estos grupos vulnerables enfrentan en la sociedad (van den Bergh, Brenda J., Gatherer, Alex, Fraser, Andrew y Moller, Lars, 2011).

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