El terrorismo moderno se remonta al radicalismo revolucionario del siglo XIX y, en particular, al surgimiento de grupos «anarquistas» «anarquistas colectivistas» «anarcocomunistas». Por ejemplo, desde mediados de siglo, los grupos dirigidos o influenciados por el francés Pierre-Joseph Proudhon, el autor de ¿Qué es la propiedad? (1840), el alemán Karl Marx y el ruso Mikhail Bakunin promovían un modelo antisistema u otro. En una década, aparecieron grupos similares en Europa Occidental, los Balcanes y Asia. El revolucionario alemán Karl Heinzen fue el primero en articular el uso de la violencia, incluso el asesinato en masa, a manos de personas con el fin de lograr cambios políticos. Lo hizo por medio de su influyente panfleto de 1853, Mord und Freiheit (Muerte y libertad), acuñando en el proceso el término Freiheitskämpfer o «combatiente por la libertad». Sin embargo, los primeros radicales se desilusionaron pues no lograron generar una revolución social extensa entre la clase campesina a través de los medios clásicos, como distribuir panfletos y folletos políticos que instaban a levantamientos y motines para presionar al Gobierno, en cambio recurrieron a la violencia con la esperanza de forzar una reforma política y debilitar al Estado. De esta forma, la «propaganda por el hecho», como una estrategia de acción política, se convirtió en un elemento central para las políticas del anarquismo europeo (consulte p. ej. Fleming, 1980).
El principal método violento para infundir terror que prácticamente todos esos grupos emplearon fueron los asesinatos selectivos, los cuales no solo implicaban un grave riesgo para la persona, sino que también la posibilidad de martirio político. El asesinato del zar de Rusia Alexander II en 1881 a manos del grupo revolucionario ruso «Narodnaya Volya» es un suceso emblemático de este periodo del terrorismo. El asesinato selectivo se podía diferenciar de los actos delictivos ordinarios, pues atacar a personas con calidad de funcionarios públicos del Estado implicaba un profundo compromiso personal a una «causa que puede inspirar a otros y ser ejemplo del código de honor revolucionario de no tomar las vidas de ciudadanos inocentes». Podría decirse que eso hacía que los asesinatos terroristas fueran una forma de violencia más humana que las guerras civiles, ya que los atentados selectivos de los terroristas solo atacaban a Estados opresores y contribuían a mantener una baja tasa de víctimas del terrorismo, lo cual fue también una ventaja de la «propaganda por el hecho» (Morozov, 1880, pág. 106).
Los avances tecnológicos a mediados y finales del siglo XIX también desempeñaron un rol fundamental en el surgimiento del terrorismo. El fácil acceso a la dinamita permitió que los terroristas cometieran y propagaran sus atentados letales como propaganda por el hecho. El desarrollo de la tecnología para la comunicación masiva permitió que las noticias, el conocimiento y los eventos se comunicaran rápidamente a través de grandes distancias, lo cual dio comienzo a una era de comunicación masiva y migración que fue crucial para inspirar a grupos en otras partes. La invención del telégrafo y la rotativa a vapor hizo posible que los periódicos recibieran mensajes casi inmediatamente después de una transmisión desde cualquier parte del mundo y les dio a millones de personas acceso a información de sucesos casi al mismo tiempo en el que ocurrían. Las nuevas tecnologías, junto con un mayor acceso a las oportunidades de educación, propiciaron la migración de agricultores y artesanos hacia los centros urbanos. El desarrollo de vías férreas comerciales y trasatlánticos a vapor permitió que grupos de personas viajaran grandes distancias y llevaran sus simpatías políticas más allá.
Así pues, aunque el exitoso asesinato del zar Alexander II inspiró inicialmente una ola de violencia anarquista que sacudió Europa y América durante las décadas siguientes (Zimmer, 2009), los rebeldes rusos impulsaron y capacitaron a una serie de grupos rebeldes que emergían en otros lugares, incluso cuando sus objetivos políticos eran totalmente distintos. Mientras que los anarquistas realizaban bombardeos en Alemania, Francia, Italia, entre otros, lo que en algunas ocasiones se convirtió en un círculo vicioso de represalias entre los anarquistas y las autoridades (Zimmer, 2009), los Estados occidentales intentaron detener el problema mediante una serie de mecanismos jurídicos como controles de inmigración y tratados de extradición dirigidos a «extranjeros no deseados». Esto incluyó un protocolo respecto a las medidas que tomar frente al movimiento anarquista, firmado por nueve Estados en marzo de 1904, y una convención administrativa para el intercambio de información relacionada a personas peligrosas para la sociedad, firmada en octubre de 1905 (Hudson, 1941, pág. 862). A mediados del siglo XIX, muchos de los tratados de extradición eximían de extradición a los fugitivos acusados de «delitos políticos» o «delitos de carácter político» (Hannay, 1988, pág. 116). Solo los regímenes conservadores de Prusia, Rusia, Austria y Nápoles insistieron en promover que las naciones con ideologías similares emplearan sus leyes de extradición para reprimir a los revolucionarios de uno u otro lado (Pyle, 1988, págs. 181-182).
El 28 de junio de 1914, un joven serbio llamado Gavrilo Princip, nacionalista y partidario de la organización clandestina la Mano Negra que deseaba conseguir una Gran Serbia, asesinó al archiduque de Austria, al presunto heredero, Franz Ferdinand, y a su esposa en Sarajevo. Este suceso desató un dominó de las alianzas defensivas establecidas antes de la guerra, dio lugar a la «guerra total» de la Primera Guerra Mundial y cambió el rostro del terrorismo irremediablemente. Para el fin de la guerra y el regreso de los soldados plenamente capacitados a sus hogares y familias, las tácticas y métodos que aprendieron durante la «guerra total» de 1914-1918 continuaron acechando a los Estados ya que la política revolucionaria continuaba latente. De esta forma, se creó el escenario ideal contando con la excepción del delito político para la extradición durante la confusión del siglo XX entre actos de protesta política, insurrección y rebelión y el concepto de terror-violencia.