En su revolucionario artículo «Doing Gender» publicado en 1987, West y Zimmerman escribieron:
«El género es el rango de las características mentales y conductuales relativas a la masculinidad y la feminidad y, a su vez, establece diferencias entre ambas. En las sociedades occidentales, la perspectiva cultural aceptada del género considera a las mujeres y a los hombres como categorías natural e inequívocamente definidas del ser con tendencias psicológicas y conductuales distintivas que se pueden predecir a partir de su función reproductiva. (...) Se presume que los arreglos estructurales de una sociedad son sensibles a estas diferencias. (...) el género se utiliza para estructurar distintos campos de la experiencia social» (128).
Lo que West y Zimmerman discutían en ese entonces, junto con muchos otros estudiosos del género que han continuado desde entonces, es que las personas no nacen con un género específico que esté en línea con su sexo. El sexo se refiere a las características anatómicas y psicológicas que diferencian a los hombres de las mujeres. Sin embargo, el género se aprende y se desarrolla a través de las interacciones sociales. Expresiones como «sé un hombre» o «actúa como una señorita» demuestran la construcción social (consulte la definición en el glosario).
del género. Se espera que los hombres y las mujeres sigan las prácticas y las expectativas sociales específicas según el género. El género es «un logro socialmente organizado» (West y Zimmerman, 1987: 129). Esperamos y le pedimos a los niños que muestren rasgos «masculinos», o a las niñas que se vistan o actúen como «señoritas». No hacerlo tiene implicancias sociales.
De acuerdo con estos puntos de vista, las Naciones Unidas consideran el término «género» como «los atributos y las oportunidades sociales asociados con el hecho de ser hombre o mujer y las relaciones entre mujeres y hombres, y entre niñas y niños, al igual que con las relaciones entre mujeres y hombres. Estos atributos, oportunidades y relaciones se construyen socialmente y se aprenden a través de los procesos de socialización. Estos tienen un contexto, una cultura y un tiempo específico, además de variable. El género determina lo que se espera, se permite y se valora de una mujer o de un hombre en un contexto determinado. En la mayoría de las sociedades, existen diferencias y desigualdades entre las mujeres y los hombres en las responsabilidades asignadas, las actividades realizadas, el acceso y control de los recursos, al igual que en las oportunidades de toma de decisiones» (UN OSAGI, 2001).
Los estudiosos del género y de la criminología también han identificado que estas expectativas de género pueden llevar a las personas a participar o involucrarse en ciertos comportamientos, por ejemplo, en el caso de los hombres, actuar duro o violentamente y, en el caso de las mujeres, tomar roles como cuidadoras del hogar. En general, el género se ve simplemente como un hecho natural, inherente o incuestionable que está enraizado en nuestra biología. Muchas sociedades dan por hecho las diferencias que existen entre los hombres y las mujeres, y las ven como constantes que no cambian o evolucionan. Sin embargo, algunas sociedades tienen distintos enfoques sobre el género, lo que demuestra aún más su naturaleza socialmente construida. Algunos nativos de Norteamérica, por ejemplo, utilizan el término «dos espíritus» para reconocer la existencia de múltiples identidades y expresiones de género. El término no hace referencia a una definición específica de género u orientación sexual (consulte la definición en el glosario).
En cambio, es un término general que reúne los nombres, roles y tradiciones específicas que los nativos tienen para sus propias personas de dos espíritus. Por ejemplo, para los navajos, los hombres y las mujeres de dos espíritus llevan tanto un espíritu masculino como uno femenino en su interior y son bendecidos por su Creador para ver la vida a través de los ojos de ambos: ellos son la encarnación perfecta de dos géneros en una persona (Enos, 2017). En otras comunidades, la fluidez de género se tolera completamente, si es que no se celebra, y la igualdad de género se considera parte de las normas de género estándar. Por ejemplo, en el pequeño territorio indígena de Guna Yala, un archipiélago de la costa oriental de Panamá que también se conoce como San Blas, los niños pueden escoger convertirse en Omeggid, literalmente «como una mujer», y pueden actuar y trabajar como otras mujeres en la comunidad. Este «tercer género» es un fenómeno completamente normal en las islas y, aunque las transiciones de género de mujer a hombre son extremadamente raras, estas también se aceptan (Gerulaityte, 2018). De manera similar, en la región del istmo de Tehuantepec, en el estado sureño de Oaxaca (México), existen tres géneros: femenino, masculino y muxes. Un muxe es cualquier persona que nació como un hombre, pero que no actúa de manera masculina; además, no solo se los respeta, sino que son una parte importante de la comunidad. Desde la época prehispánica, se ha reconocido y celebrado esta tercera clasificación y algunas leyendas cuentan que ellos cayeron del bolsillo de Vicente Ferrer, santo patrón de Juchitán de Zaragoza (un pequeño pueblo de esta región que celebra la «Vela de las intrépidas», la celebración anual de muxes cada noviembre), mientras pasaba por el pueblo que, según los lugareños, significa que nacieron bajo una estrella de la suerte (Synowiec, 2018).
¿Por qué mencionamos estos ejemplos? Algunos estudiosos sostienen que, para comprender las experiencias y el impacto de los hombres y las mujeres en la sociedad, debemos pasar de centrarnos en la diferencia [sexual] a centrarnos en las relaciones, en la afirmación de que «el género es, después de todo, una cuestión de las relaciones sociales en la que los individuos y los grupos actúan (...) (Connell, 2004: 11). Dicho de manera informal, el género no es simplemente un rasgo natural e innato, sino más bien se aprende y se desarrolla. Además, las maneras en que desarrollamos el género también se puede conectar con nuestras experiencias personales como personas que han soportado formas de discriminación duraderas, múltiples e interseccionales.
Kimberly Crenshaw, una afroamericana estudiosa en materia jurídica, acuñó el término «interseccionalidad» en su transcendental artículo Mapping the margins: intersectionality, identity politics, and violence against women of color (1989) para teorizar las maneras en que los individuos pueden estar sujetos a múltiples y complejas formas de discriminación (tales como el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia, el capacitismo, la xenofobia, el clasismo, entre otros) que están interconectadas. Según Crenshaw, estas no se pueden examinar por separado (para mayor información sobre la interseccionalidad, consulte el Módulo 9 acerca de las dimensiones de género de la ética de la serie de módulos sobre integridad y ética). Dado que el término permite combinar experiencias distintas e interrelacionadas, este es un concepto importante y que a menudo se utiliza en la criminología. La interseccionalidad nos permite enfocarnos en las áreas donde múltiples formas interrelacionadas de desigualdad afectan a las personas que han estado históricamente en desventaja y permite incluir sus experiencias y puntos de vista en las discusiones sobre la delincuencia (Castiello Jones, Misra, McCurley, 2013). Crenshaw concibió el término consciente de la necesidad, expresada por otras mujeres afroamericanas de «pensar y hablar sobre la raza a través de un lente que ve al género, o pensar y hablar sobre el feminismo a través de un lente que ve a la raza» (Adewunmi, 2014). En otras palabras, la interseccionalidad describe las identidades sociales superpuestas e interconectadas que a menudo afectan e informan cómo nos movemos en la sociedad (ser mujer, pobre y migrante; ser hombre, extranjero y discapacitado, entre otros). Las identidades que se intersecan no se excluyen mutuamente, sino más bien trabajan juntas para construir la manera en que uno es percibido en la sociedad. Crenshaw propuso que se debe considerar nuestras identidades de forma simultánea para reflejar y analizar como las jerarquías de poder determinan nuestras experiencias (Cooper, 2016).
¿Por qué hablamos de la interseccionalidad en un módulo sobre el género y la delincuencia organizada? En todo el mundo, el número de hombres y mujeres detenidos ha crecido exponencialmente debido a su participación en actividades de tráfico de drogas (UNODC (c), 2018). Sin embargo, este fenómeno no se puede explicar solo con ver el género de los encarcelados. En varios países, los hombres y las mujeres de comunidades indígenas o minorías étnicas se encuentran excesivamente representados en el sistema de detención. Sin embargo, muchos de ellos vienen de países que soportaron las tradiciones coloniales que crearon jerarquías sociales y contribuyeron a que esas comunidades sean más vulnerables. La interseccionalidad resalta el rol que el género, la etnia/raza y otros factores tienen en el trato de las personas ante la ley. Además, nos muestra cómo los estereotipos que a menudo construimos sobre los hombres y las mujeres, que también provienen de otras razas, nacionalidades o que son parte de otra clase social o económica, tienen un impacto y determinan sus encuentros con la ley. Por ejemplo, al usar la interseccionalidad, podemos ofrecer mejores explicaciones del aumento del número de mujeres que se encuentran en prisión, incluso por delitos de tráfico de drogas de bajo nivel. Algunos criminólogos, y la mayoría de los medios de comunicación, atribuyen la tendencia a las relaciones de las mujeres con los hombres. La interseccionalidad nos permite proporcionar una explicación más matizada. Las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de poder pagar las multas o las fianzas, ya que, en general, las mujeres ganan menos dinero y no tienen el mismo acceso a las oportunidades de educación o empleo que los hombres. Por consiguiente, también tienen menos probabilidades de ser consideradas para recibir sanciones y medidas no privativas de la libertad si se evalúa su vulnerabilidad económica y social como factores de riesgo (UNODC (c), 2018). Aunque esta es una clara generalización, las mismas tendencias también aplican a las mujeres que son parte de los grupos delictivos organizados.
Sin embargo, las mujeres que pertenecen a los grupos delictivos organizados no solo tienden a ser más pobres o menos educadas, también es más probable que sean inmigrantes, indígenas, discapacitadas y de avanzada edad (WOLA et al, 2013). Además, los mercados delictivos organizados tienden a centrarse mucho en el género, es decir, se suele asignar los roles y las tareas principalmente con base en el género. Esto también se traduce en que los hombres ocupan la mayoría de los puestos de poder o de control. Es más probable que las mujeres realicen algunas de las tareas menos remuneradas, más peligrosas y periféricas en la delincuencia organizada. A menudo, esto significa que se encuentran más visibles a la Policía y, por lo tanto, es más probable que sean detenidas. Además, excluidas de los círculos de poder, también existe una mayor probabilidad de que las mujeres no tengan los conocimientos o la inteligencia suficiente que les permita negociar sentencias menores o términos menos estrictos (WOLA et al, 2013).
Es importante recordar que la interseccionalidad no se trata solo del género. Se trata también de la manera en que múltiples sistemas se conectan para crear y perpetuar la desigualdad. Por ejemplo, puede que muchos indígenas, aborígenes o nativos acusados de delitos sean incapaces de comunicarse en idiomas distintos al suyo; esto podría limitar su habilidad de tener un juicio justo. Una cantidad sin precedentes de personas se desplazan como migrantes y, a veces, terminan involucrándose en actividades delictivas con el fin de sobrevivir. La inaccesibilidad a intérpretes de calidad o a mecanismos de justicia que reconozcan estos desafíos estructurales que las personas enfrentan se traduce como una falta de acceso a la justicia (WOLA et al, 2013). En resumen, la interseccionalidad nos puede ayudar a ver cómo las múltiples y estratificadas formas de discriminación afectan tanto a los hombres como a las mujeres; esto nos ayuda a brindar conocimientos más matizados de las razones y los contextos detrás del delito. El hecho de no considerar estos múltiples factores y estratificadas formas de discriminación exacerba la vulnerabilidad de las personas.